NO, NO QUIERO SER UNO DE ESOS HOMBRES…
Hay algunos días que escucho las noticias y no quiero ser un hombre como los que son tristemente protagonistas. No quiero ser un hombre de manadas violadoras, de los que se enorgullecen de maltratar a sus mujeres, de los que hacen comentarios obscenos de las mujeres a su paso. No, de esos no.
Nos puede parecer mentira, pero no hace ni un siglo que las mujeres pudieron votar en nuestro país. En 1931 se consideraba que el histerismo era consustancial a la psicología femenina, y era el argumento principal para no conceder a las mujeres el derecho al sufragio. Gracias a la lucha denodada de Clara Campoamor, se aprobó el sufragio universal femenino ese mismo año. Pero no es hasta la constitución española de 1978 que se afirma legalmente la igualdad entre hombres y mujeres y la no discriminación por razones de raza, sexo o religión.
El feminismo a escala mundial se podría considerar que nace en 1985, no hace ni 40 años. Esto sucede en la Conferencia Mundial para el Examen y la Evaluación de los logros del decenio de las naciones unidas para la mujer, que se celebró en Nairobi.
No se vosotras, pero yo tengo el recuerdo de la infancia, cuando para hacer un viaje con mi madre y mis hermanos, mi padre tenía que autorizar a mi madre para poder viajar sola con sus hijos. Y también cuando no podía tener la titularidad de una cuenta corriente en solitario, por ser mujer. El hombre tenía que estar siempre. Y de esto apenas han pasado 50 años.
Históricamente, la mujer ha sido la complementaria, la que tenía todo lo que el hombre no necesitaba. La que realizaba el trabajo doméstico que el hombre no quería. La que criaba a los hijos, la que limpiaba la casa, la sumisa, la que se casaba con quien quería su padre. Llevamos siglos considerándolas seres inferiores, de segunda categoría.
Aún hoy, en instituciones tan tradicionales como la Iglesia, apenas hay brotes verdes proponiendo una eventual ordenación como sacerdotisas de las mujeres. Juan Pablo II fue tajante, en que la iglesia no tiene modo alguno de modificar esto, y que no se debe ni plantear. Cardenales españoles piden que no nos dejemos llevar por ideologías de moda. En resumen, más heteropatriarcado, cultural, histórico y cuya voz tiene un alto arraigo en parte de nuestra sociedad.
En 2022, hace apenas un mes, nuestro país se ha conmocionado y ha supuesto un impacto mediático sin precedentes el hecho de ver la imagen de dos hombres, deportistas de élite mundial, heterosexuales, agarrados de la mano y mostrando públicamente su pena, llorando abiertamente. ¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI tengamos que presenciar estos hechos que debieran ser naturales y cotidianos… como una excepción ejemplificadora? Seguimos con el burdo “los hombres no lloran” grabado a fuego en nuestro ADN cultural, herencia clara de una masculinidad tóxica impuesta durante siglos por el heteropatriarcado machista.
Acabamos de ver el triunfo electoral en un país vecino, de un preocupante modelo sociopolítico fascista. Entre otras cosas, este movimiento político solo reconoce el matrimonio heterosexual, promueve una visión rígida heteropatriarcal de los roles masculinos y femeninos, en el que las mujeres garantizan el trabajo de los cuidados no remunerados. Así que si creemos que los derechos alcanzados son inalienables… estamos equivocados. Desgraciadamente tenemos que estar vigilando para no involucionar y que se vuelvan a repetir atrocidades del pasado.
Y no hay que irse a los países vecinos, tenemos entre nosotros partidos extremistas que niegan la violencia de género y la sustituyen por el falso, ambiguo y almibarado concepto de violencia “intrafamiliar”, porque con este mantra repetido intentan engañar a la sociedad. Como si con este concepto estafador nos hiciera olvidar a las 50 mujeres asesinadas cada año -en promedio- por violencia machista en los últimos 10 años.
También observamos en primera persona, en la inmensa mayoría de las instituciones públicas y privadas que, a pesar de todas las normas por favorecer la igualdad, por mucho que intentemos engañarnos, el techo de cristal sigue sin romperse. Por poner un ejemplo, solo 10 de las 50 universidades españolas tienen rectoras, y apenas un 25% de los catedráticos de universidad son femeninos. Hace poco más de 100 años, que las mujeres estaban vetadas para cursar algunas carreras universitarias.
Vivimos también una resistencia tácita al machismo en el lenguaje. El masculino genérico del plural se considera neutro y general, de modo que la palabra “nosotros” puede referirse a 20 hombres o también a 19 mujeres y 1 hombre. Se ha abusado de este uso, que sin duda y pese a quien pese, invisibiliza a la mujer. Pero es la ciudadanía y sus hablantes quienes generan los cambios de lenguaje, por lentos que a veces sean. Y sin duda el lenguaje actual es otra herencia de los siglos de imposición del heteropatriarcado. Si los ciudadanos decimos que el término “nosotras” es adecuado para referirnos a un grupo de personas en plural, sin ninguna imposición de género, y se usa en las calles de los países hispanoparlantes, la RAE no tendrá más remedio que terminar aceptándolo.
Lo lamento, pero me reconozco habiendo sido machista claramente o micromachista. Y lo he sido por educación, por el ambiente cultural en el que me he criado. Porque nuestro entorno fue machista (era lo aceptado socialmente), y lo sigue siendo. Por mucho que el feminismo haya conseguido avances más que notables, distamos mucho de la ansiada igualdad. Este es nuestro reto, por eso tenemos que salir a las calles, hombres y mujeres, mujeres y hombres. La igualdad jamás se conseguirá si el feminismo sigue siendo considerado tan sólo una cuestión de mujeres. Incluso por algunas mujeres.
Los hombres, más que nunca, tenemos que avanzar con paso firme por una verdadera igualdad, tenemos que replantearnos los modelos de masculinidad que se han impuesto socialmente. Tóxicos, caducos, violentos y machistas. Esos mismos modelos que han arrinconado durante siglos a todas las mujeres y a todos aquellos hombres que no compartíamos el concepto de masculinidad reinante. Ese modelo de machitos que han humillado y maltratado no solo a la mujer, sino también a el colectivo LGTBI durante décadas. Que consideran que lo homosexual, bisexual o transexual es pecaminoso, invertido, promiscuo y enfermo.
De modo que, en estos tiempos turbulentos, de guerras, de extremismos políticos crecientes tenemos que vigilar cada día para no perder derechos conseguidos, para no involucionar socialmente, y además debemos avanzar con paso firme hacia el futuro.
Y sí, quiero ser un hombre feminista, el primero que se lanza a la calle a por la igualdad. Quiero ser un hombre honesto, que reconozca mis equivocaciones, quiero ser un hombre amante, demostrando cada día el amor que siento por otras personas (ya sean mujeres u hombres), quiero ser un hombre sensible, sin miedo a emocionarme delante de los demás. Quiero ser un hombre justo, y no quiero discriminar a nadie por su género y no quiero sentir que tengo una mejor posición o salario por el mero hecho de tener los genitales que tengo.
Porque sé que cada vez que me calle frene a los violentos, maltratadores, agresivos, acosadores o violadores… seré cómplice silencioso de todos estos comportamientos. Y estaré contribuyendo a perpetuar un modelo en el que no creo, y que no comparto. Y ni yo, ni nosotros somos ni queremos ser como esos hombres. Nosotros no queremos ser esos hombres.
Alfredo Corell Almuzara ©
inmunólogo, catedrático de universidad y divulgador científico español, miembro de la Sociedad Española de Inmunología, que fue nombrado Mejor Docente Universitario de España en 2018 en los II Premios Educa Abanca.
Valladolid, 21 octubre 2022