Manifiesto 19 de octubre 2024, Iván Sambade Baquerín

 

DE LA CONDENA DE LAS VIOLENCIAS MACHISTAS, HACIA LA CONSTRUCCIÓN DE UNA SOCIEDAD DEMOCRÁTICA Y CORRESPONSABLE  ©

 

        ¿Qué le pasa por la mente a un hombre que maltrata a su pareja? Mejor dicho, qué emociones experimenta en su ejercicio del maltrato. Podríamos interpelar directamente a los maltratadores, pero, probablemente, solo obtendríamos una serie de excusas, racionalizaciones y proyecciones sobre sus víctimas que, en ningún caso, dan cuenta de su aterradora subjetividad.

        Los hombres que ejercen violencia de género han asumido un código de contravalores que designa a las mujeres como personas inferiores que deben servirles con su trabajo doméstico y de cuidado. No es un código desconocido, sino que ha sido sostenido históricamente por la sociedad y la cultura patriarcales. La estructura patriarcal excluyó a las mujeres de la sociedad civil, fundamentando su sujeción a manos de los hombres en el ámbito privado y su dominación sexual tanto en el privado como en el público. Ahora bien, en nuestras modernas democracias, tanto la discriminación pública como la desigualdad social y política de las mujeres son dos evidentes atentados contra sus derechos humanos y su integridad física y mental. Son flagrantemente injustas y, por ende, objetivos de erradicación. Las violencias machistas son, asimismo, la manifestación más desnuda de esta forma de poder, la cual ha sido interiorizada por los hombres en su propia identidad, en su masculinidad.

        Quizás, esta afirmación nos permita responder a la segunda cuestión: ¿qué emociones experimenta un hombre cuando ejerce violencia machista? Sin negar el hecho de que puedan ser tanto contrarias como contradictorias, los maltratadores machistas experimentan una sensación de seguridad cuando doblegan y controlan a las mujeres; sienten que confirman una masculinidad construida sobre la posibilidad de detentar poder.  Contrariamente, distan mucho de manifestar esta faceta en su imagen pública y social, más bien la esconden, ocultando el rostro perverso del tirano, del terrorista, que reside en su interior.

        La masculinidad machista es el resultado de una estructura social injusta, que se ha vuelto endémica para las sociedades democráticas. La doble moral y la masculinización del mercado laboral, aun a pesar del mayor éxito académico de las mujeres, son ejemplos manifiestos de que los hombres seguimos contando con mayores oportunidades y privilegios sociales. Esta estructura de desigualdad se reproduce hasta el punto de violencias sistémicas como la trata de mujeres con fines de explotación sexual y la prostitución son justificadas en aras del supuesto “consentimiento” de mujeres que no solo son coaccionadas, sino que se encuentran en una situación de terrible vulnerabilidad social. Recordemos que hasta hace no mucho tiempo la violencia de género era descrita como “asuntos privados de la pareja”: “cosas del amor”.  Asimismo, la prostitución no es un ejercicio de libertad, es una forma de violencia de género. Los puteros no son clientes, son prostituidores: hombres que, con su demanda, activan y reactivan un sistema de injusticia y explotación. La identificación de nuestra masculinidad con la virilidad sexual concebida como poder es una fuente de violencia e injusticia contra las mujeres. Téngase en cuenta a este respecto que los delitos de violencia sexual han aumentado en un 200 por 100 desde el 2013 hasta el 2021 en nuestro país. Además, la masculinidad hipervirilizada tampoco parece hacernos muy felices a nosotros, eternamente obsesionados con la búsqueda de un pene perfecto que, a menudo, termina transformándose en un instrumento de dominación y frustración. 

        ¿Se ha erradicado la cultura de la violencia de la socialización de los niños y los hombres jóvenes? ¡NO! A pesar de ser políticamente incorrecta, los hombres seguimos siendo socializados en una cultura de la violencia que exige la asunción del riesgo personal y nos dispone a ejercer violencia como estrategia para luchar por un espacio que no es sino una herencia patriarcal ilegítima. Es más, la violencia se interioriza hasta el punto de que emerge frente a la frustración y la incapacidad para resolver conflictos. No es difícil entender que una identidad que se construye mediante la violencia, la exposición física y la represión de la emotividad es de por sí frustrante. Por estos motivos, sostenemos que la masculinidad hegemónica en la que somos socializados los hombres no solo es injusta y violenta contra las mujeres, sino que también es frustrante y empobrecedora para hombres. Las estadísticas de condenas, suicidios, accidentes laborales y de tráfico, de fracaso escolar y, en general, de conducta antisocial, ponen de manifiesto que la masculinidad patriarcal, que demasiados hombres encarnan, es el rostro del fracaso social y democrático. Pensemos que la anulación de la empatía obrada por la socialización patriarcal es tan profunda que los maltratadores machistas no reconocen los vínculos afectivos que les unen a sus propias hijas e hijos, llegando a instrumentalizarlos, incluso asesinarlos, para hacer daño a sus madres. El incremento de la violencia vicaria al que asistimos en nuestro país en una cruda muestra de esta realidad.

        ¿Cómo transformar la masculinidad? El cuidado y la equidad son las respuestas. El ejercicio equitativo de la paternidad, compartiendo el cuidado y la responsabilidad doméstica, es la propedéutica que permitirá a los hombres reconocer su propia vulnerabilidad a través de los ojos de su hijas e hijos y del reconocimiento de sus parejas. Este es un punto de inflexión para construir su identidad desde la ternura, la empatía y la justicia. Ahora bien, las relaciones humanas no terminan en los límites de nuestra familia. La extensión de los cuidados en reciprocidad con amigos y amigas, padres y madres, personas mayores, personas en vulnerabilidad…, reconociéndonos como seres humanos, es decir, como iguales vulnerables, es la base de una vida rica en afectos humanos y justicia social. Emerge así la solidaridad, olvidado tercer principio democrático, sin la cual no solo no puede existir una vida en democracia, sino, principalmente, una vida feliz en democracia.

        Los hombres no podemos seguir siendo cómplices de esa masculinidad injusta. Tenemos que alzar la voz contra las violencias machistas, porque, en nuestro silencio, los agresores reafirman sus creencias sexistas. El silencio nos hace cómplices. Ni creemos en las excusas misóginas de los agresores machistas, ni queremos compartir los miedos de una masculinidad frustrante e injusta. Los hombres debemos manifestar de forma alta y clara nuestra tolerancia cero contra la violencia machista, debemos decir basta de desigualdad, basta de violencia y de explotación hacia las mujeres. La transformación hacia una sociedad justa e igualitaria, una sociedad donde se compartan el cuidado y la responsabilidad, no solo comportará justicia, sino también libertad y desarrollo humano. Huelga decir que esta transformación social es netamente feminista.

        Por todos estos motivos, ¡Hombres! ¡Condenemos toda manifestación de violencia machista! ¡Compañeros! ¡Transformemos los espacios masculinizados en entornos de seguridad para nuestras iguales; despatriarcalicemos los espacios sociales! ¡Amigos! ¡Cultivemos la ética del cuidado en condiciones sociales equitativas! Está en juego la necesaria democratización de nuestro cuerpo social, es decir, la posibilidad de una vida digna de ser vivida.

        Sin querer distanciarme del tono emotivo con el que termina este manifiesto, quiero subrayar enfáticamente que este escrito no interpela solo a los hombres personalmente, sino también a las instituciones públicas. Estas deben alentarnos y acompañarnos en una transformación social que emerge desde el clamor democrático y feminista de las mujeres y la ciudadanía: un clamor consciente de que un futuro sin igualdad es un futuro sin esperanza.

Iván Sambade Baquerín ©

Profesor de Ética y Filosofía política

Cátedra de Estudios de Género

Universidad de Valladolid

 

Valladolid, 21 octubre 2024

 

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