PUEDO PROBAR
Puedo probar
En una vieja leyenda se cuenta el enfrentamiento entre el rey Arturo, un destacado personaje de la literatura europea medieval, y el Caballero Verde, su sobrino y enemigo. Arturo es derrotado en la lucha por su rival, que le perdona la vida a cambio de que encuentre la respuesta a una pregunta que no deja de agobiarle: "¿Qué desea una mujer?" Tras deambular por un lado y otro en busca de esa respuesta, será una hechicera la que le ofrezca la solución al enigma. "Lo que quiere una mujer, le dice, es ser soberana de sus propios deseos".
La respuesta puede parecer una obviedad, pues ¿qué otra cosa pueden querer hombres y mujeres que ser dueños de sus propias vidas? Sin embargo, esto nunca ha sido tan sencillo para las mujeres, que desde el origen de los tiempos han tenido que adaptarse a lo que los hombres les dejaban hacer. Puedo probar es el grito de rebeldía de todas ellas, reivindicando con él incluso su derecho a equivocarse, si acaso lo que probaron no fue lo que estaban esperando.
En el Libro del Génesis es Eva la que, ante la prohibición de no comer los frutos del árbol del conocimiento, formula ese grito que contiene la fundación de lo humano: Puedo probar. Es fácil imaginarla paseando cada vez más nerviosa y arisca por un paraíso al que llegó demasiado tarde, con el sentimiento de que su verdadera vida sólo podía florecer de otro modo, por el acceso a otro lugar. En una circunstancia así ¿cómo no va a ser comprensible su afición a las manzanas? La manzana es el fruto de la otredad, y aceptarla supone aceptar ese don imprevisto: el de despertar al otro. El que Eva no pare hasta dar al traste con todo aquel plan divino es una prueba de coherencia y nunca se lo agradeceremos bastante. Es ese desafío, inherente al ser femenino, el que nos abre las puertas de la realidad, que es siempre apetito perpetuo de ser otro.
De aquellos barros vinieron estos lodos, y de aquel Adán tantos adanes que en el mundo han sido. Podrían definir a todos esos varones que aun haciendo de la mujer el centro de sus ilusiones y deseos apenas llegan a concederlas una autonomía real. No es extraño que estos adanes para quien la mujer es siempre lo extraño, aquello sobre lo que no tienen poder ni representación alguna, apenas sepan nada de ellas, y deban concluir necesariamente que sólo sirven para una cosa.
De modo que lo que hay que revindicar este día es justo ese derecho de las mujeres a probar los frutos del árbol prohibido. No son ellas las que necesitan ser salvadas, sin que somos nosotros, los hombres, los que debemos ser liberados de nuestra impotencia. Una impotencia que no es tanto de índole sexual, como metafísica, del orden de la imaginación, pues lo único que las mujeres quieren de sus compañeros es que se atrevan a celebrar con ellas la vida de sus deseos.
Muchas gracias.
Valladolid, 19 de octubre de 2023 ©
Gustavo Martín Garzo
Escritor nacido en Valladolid. Licenciado en Filosofía y Letras. Fundador de las revistas literarias "Un ángel más" y "El signo del gorrión". Premio Nadal 1999 por "Las historias de Marta y Fernando".
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